El confinamiento impuesto por gobiernos de todo el mundo, como respuesta a la pandemia provocada por el nuevo coronavirus, obligó a las instituciones educativas a cambiar radicalmente la forma de impartir sus programas, e incluso a paralizar completamente su actividad. Allí donde fue posible, profesores y estudiantes se mantuvieron conectados a través de aplicaciones de productividad -diseñadas para entornos profesionales- como Zoom o Teams.
En muchos casos, las operaciones académicas y la realización de la mayor parte de las actividades, se mantuvieron en remoto hasta muchos meses después de que se levantaran las restricciones a la movilidad, bien por disposición de las autoridades, bien por decisión de las propias organizaciones educativas.
Hasta 2020 se había especulado mucho sobre un futuro del trabajo o de la educación donde la presencia no sería tan relevante y donde la tecnología nos permitiría trabajar, enseñar o aprender desde cualquier lugar. Hoy, un año y medio después del inicio de la crisis y cuando parece que la estamos dejando atrás en una buena parte del mundo, sabemos un poco más sobre las limitaciones de la tecnología y también sobre las oportunidades que nos puede ofrecer de cara al futuro, más allá de haber servido para dar respuesta a la pandemia. A continuación algunas de mis conclusiones -provisionales-:
- La importancia de la educación presencial.
Los últimos meses nos han enseñado que en educación no es posible sustituir totalmente la presencia física sin aceptar peores resultados. No todo lo que aprenden los estudiantes en los colegios o en la universidad lo aprenden de los profesores ni dentro de las aulas.
El espacio de los centros educativos cumple una función que va mucho más allá de la mera logística: son puntos de encuentro y de convivencia en los que los estudiantes -especialmente los más jóvenes- adquieren habilidades sociales imprescindibles para su desarrollo. De hecho, estoy convencido de que, tras la experiencia de los últimos meses, se prestará mucha más atención al diseño de los centros educativos teniendo en cuenta estos aspectos.
En unos años, y con algo más de perspectiva, quizá podamos comprender mejor el impacto del cierre físico de los centros sobre la salud, el bienestar y la educación de toda una generación. Además, en una gran parte del mundo, ese cierre físico ha sido total, por falta de recursos tanto de los centros como de las familias.
Podemos decir sin temor a exagerar que a muchos de los estudiantes con menos recursos se les ha privado durante meses de la principal herramienta de igualdad de oportunidades con la que cuentan para esperar una vida más próspera que la de sus padres. No es, en general, el caso de España, donde los colegios o las universidades han permanecido abiertos -aunque con no pocas restricciones y dificultades- durante todo el pasado curso académico: pero sí es el de la mayor parte de Latinoamérica o, sin irnos tan lejos, del Reino Unido.
- El empleo intensivo de tecnología sobrevivirá a la pandemia.
No obstante lo expuesto en el punto anterior, es evidente que la tecnología ha llegado a las aulas para quedarse. Creo que hoy es inconcebible que a un alumno que no pueda asistir a clase se le niegue la posibilidad de seguir el curso académico temporalmente en remoto. Todas las aulas deben estar equipadas con el equipamiento tecnológico necesario para que las sesiones puedan seguirse en modo híbrido, de forma que se garantice la posibilidad de interacción entre los estudiantes y entre estos y el profesor, estén dentro o fuera del aula física.
No es complicado ni exige inversiones inabordables. En el ámbito universitario, una metodología «líquida» ofrece oportunidades que hace tan solo unos meses no podíamos ni imaginar, pero que hoy ya estamos poniendo en práctica.
- A cada sesión, su tecnología y su metodología.
Uno de los primeros aprendizajes de la comunidad educativa durante el confinamiento fue que los programas diseñados para ser impartidos presencialmente no pueden trasladarse, sin una profunda adaptación, al mundo virtual. Para la mayoría de los estudiantes es muy difícil seguir clase tras clase a través de dispositivos electrónicos, por muy rápido que se hayan familiarizado con el uso de las aplicaciones. Simplemente, no funciona.
Para ser pedagógicamente eficiente, un programa impartido total o parcialmente en remoto debe combinar sesiones síncronas y asíncronas, presencia con conexión virtual y aprendizaje individual con trabajo en grupo. Exige del profesor diseñar cuidadosamente cada sesión de cada programa y elegir la mejor combinación de tecnología y de metodología.
- El auge de las plataformas de auto-aprendizaje.
Se trata de un fenómeno que no es nuevo, pero que ha tenido un crecimiento explosivo en los últimos meses. Coursera -creada en 2011- y otras plataformas similares iniciaron el camino de ofrecer un producto educativo de calidad más que discutible en comparación con la educación «tradicional», por varias razones:
- La falta de interacción con el profesor y con otros estudiantes produce un abandono masivo después de las primeras sesiones. Podría decirse que estas plataformas tienen una huella muy amplia, pero poco profunda: llegan a muchos estudiantes, pero en muy pocos de ellos tienen un impacto relevante. En ausencia de esa interacción con los maestros y de contacto con el resto de los estudiantes, claramente están más cerca de ser editoriales que instituciones educativas.
- Hasta hace poco no ofrecían certificación, un elemento esencial de la cadena de valor de la educación; y aún hoy las certificaciones que ofrecen no se fundamentan en los rigurosos procesos de evaluación característicos de la educación.
- Paradójicamente, la principal innovación de estas plataformas, la producción distribuida de contenidos -«uberización» de la educación-, es también una severa limitación al diseño estructurado y coherente de los itinerarios de aprendizaje. Al depender de lo que otros quieren producir y llevar a la plataforma, inevitablemente se producen redundancias, espacios académicos vacíos, falta de consistencia y ausencia de coherencia y complementariedad entre los cursos ofrecidos.
Sin embargo, los programas impartidos en las plataformas de «auto-aprendizaje» consiguen superar el principal problema de escalabilidad de la Educación, porque el coste marginal de impartir un programa a un nuevo estudiante es cercano a cero. Dicho de otra forma: el coste de impartir un curso es -casi- independiente del número de alumnos. Superar las deficiencias antes enumeradas ocupa el tiempo y el dinero de una buena parte de los innovadores del mundo educativo.
En suma, la posibilidad de ofrecer una parte de la educación, a un coste asumible y por tanto accesible a casi todo el mundo, hoy no parece un imposible y es demasiado importante como para ignorarlo.