Uno de los ámbitos donde la pandemia ha golpeado con mayor fuerza ha sido la movilidad. La reducción de los contactos sociales se erigió como una de las primeras medidas para evitar la propagación del virus, con un confinamiento incluido que paró el mundo casi por completo. Y cuando la actividad se detuvo, las ciudades volvieron a respirar. Las calles se vaciaron y descubrimos, en nuestros primeros paseos tras el cambio de fase, que el lugar donde residíamos se encontraba bajo un cielo azul y no tenía una banda sonora de motores y cláxones. También nos dimos cuenta de que más del 65% del espacio total de las ciudades está destinado a la circulación o aparcamiento, y que era el momento de recuperar parte de este terreno, cedido de manera casi imperceptible a lo largo de los últimos años.
Durante los primeros meses de pandemia cambiaron algunos hábitos. En toda Europa surgieron más de 1.500 kilómetros de carriles bici que ayudaron a cambiar la forma de moverse en las ciudades. En Reino Unido, el uso de la bicicleta se multiplicó por 8 en apenas 3 meses, y ciudades como Berlín, Londres o París modificaron parte de sus calles y su diseño para acoger “nuevas” alternativas de movilidad sostenible. En nuestro caso, impulsamos un proyecto bajo la marca Bive, que permite la adquisición de una bici a través de un renting para facilitar al usuario el acceso a un vehículo urbano de calidad, útil para su día a día.
Según un informe del Comité de Transporte y Turismo del Parlamento Europeo, el confinamiento demostró que son posibles cambios radicales de comportamiento, incluso a corto plazo. Sin embargo, estos cambios no pueden delegarse por completo a la iniciativa de los ciudadanos o empresas individuales. Los cambios de comportamiento deberían ser inducidos o guiados por políticas públicas audaces, en interés de la comunidad y acordadas con ella. ¿Es esto lo que está ocurriendo actualmente?
El Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de Naciones Unidas pronosticaba, en un informe publicado en 2018, que cerca del 70% de la población mundial viviría en ciudades en el año 2050. Esta tendencia hacia la concentración en grandes urbes ya se detectaba en los últimos años, con consecuencias como la despoblación rural, que en España ha provocado que en lo que llevamos de siglo, dos tercios de los municipios hayan perdido población, a pesar de que actualmente somos unos 6 millones de personas más en el país que en el año 2000.
Uno de los retos más ambiciosos a los que nos enfrentamos radica, por lo tanto, en cómo vivir en las ciudades y no morir en el intento, siendo esta expresión, lamentablemente, literal y no metafórica. Las emisiones asociadas al estilo de vida actual están provocando que registremos los niveles más elevados de contaminación, lo que trae consigo enfermedades respiratorias y fallecimientos. De hecho, Madrid lidera el ranking en cuanto a carga de mortalidad asociada a NO2, según un estudio reciente del Instituto de Salud Global de Barcelona, aunque la Ciudad Condal también sale mal parada en la comparativa con otras grandes urbes. Parece inexplicable que ciudades con buenas infraestructuras de transporte público, como Madrid o Barcelona, cuenten con una calidad del aire perjudicial para quienes residen en ellas.
Todo lo expuesto anteriormente nos lleva a pensar que debemos seguir impulsando cambios profundos en la forma de desplazarnos por las ciudades, y que el coche particular no puede ser el actor principal en esta transformación, a pesar de ser una de las caras más visibles de las ciudades. Es cierto que las alternativas a los combustibles fósiles se erigen como una de las soluciones al problema de las emisiones que tanto afectan nuestra salud y la del planeta, pero no evitan la ocupación del espacio público por parte de elementos particulares, o la utilización residual de un elemento que pesa cerca de 2 toneladas y ocupa unos 8 metros cuadrados. Los coches particulares se encuentran aparcados durante más del 95% del tiempo, imaginen que los humanos sólo saliésemos de la cama durante una hora al día.
La tecnología es la principal herramienta que nos da la oportunidad para combatir los problemas a los que nos enfrentamos en la actualidad -y en el futuro-. La implantación de nuevas opciones relacionadas con el sharing y la micromovilidad, el fomento de alternativas eléctricas o mecánicas (como la bici) y la mejora de la eficiencia de los medios de transporte discrecionales, como taxis y VTC, redundarán en beneficio de toda la sociedad, tanto de aquellos que se desplazan en estos vehículos, como de aquellos que simplemente caminan. De hecho, caminar por la ciudad debería ser siempre la primera opción, a pesar de que los peatones sólo cuenten con una tercera parte del espacio público.
Nos encontramos en un momento determinante para el futuro de la movilidad, donde administraciones, empresas y sociedad en general debemos aportar lo mejor de nosotros mismos para avanzar, siempre con la sostenibilidad en el punto de mira. Es cierto que las regulaciones fomentan o disuaden de determinados comportamientos, pero también las empresas y los ciudadanos tenemos una responsabilidad con las decisiones que tomamos a diario. En esta misma línea alza la voz el Comité Europeo de las Regiones, que en su último dictamen destaca la importancia de crear asociaciones público-privadas en las ciudades para mejorar su movilidad y pide que se elabore un marco reglamentario que incentive el desarrollo de nuevos modelos empresariales para crear un mercado competitivo.
Desde Cabify estamos haciendo todo lo posible para hacer de las ciudades mejores lugares para vivir, y para ello trabajamos día tras día. Estamos avanzando en la creación de un ecosistema de multimovilidad segura, sostenible y accesible. Ofrecemos diversas alternativas al alcance de un click, aportando toda la información al usuario para que decida aquella que más se adapta a sus necesidades: sharing, micromovilidad eléctrica, taxi, VTC o bicicletas, compensando las emisiones de todos los trayectos que se realizan a través de nuestra app y consiguiendo ser neutros en carbono desde 2018. Porque finalmente la movilidad solo cambiará de manera significativa si lo hacemos las personas que damos vida a la ciudad. ¿Nos acompañas en este viaje?