“Estamos leyendo por encima de nuestras posibilidades”, me comentaba recientemente, y con cierta gracia, un buen amigo para, a continuación, elaborar sobre el exceso de información e “inputs” a los que nos vemos sometidos voluntaria o involuntariamente, así como sobre dónde encontraba contenido e información de más o menos valor.
Debemos centrarnos en lo esencial, en lo diferencial, en lo objetivo, lo que nos genera o posibilita un curso de acción productivo, especialmente cuando hablamos de personas y de talento
Leer, informarse y aprender no es malo, de ninguna forma. Al contrario, es necesario para continuar creciendo a nivel personal y profesional. Lo que es una realidad incuestionable es que ya sea a nivel particular o de empresa, tenemos la obligación y necesidad de buscar la especificidad en lo que leemos y, sobre todo, en lo que finalmente nos enfocamos. Debemos centrarnos en lo esencial, en lo diferencial, en lo objetivo, lo que nos genera o posibilita un curso de acción productivo, especialmente cuando hablamos de personas y de talento.
Por contraposición, lo general, lo ancho, lo ambiguo, lo obvio no dejará de ser un discurso más o menos vacío, en ocasiones interesado, y que de ninguna manera nos ayudará a mejorar y progresar. Puede que ni siquiera sea suficiente para sobrevivir laboral o empresarialmente.
Y, ¿cómo iniciamos ese camino? Dependerá mucho del punto de partida o de vista desde el que observemos.
Vamos a centrarnos en dos de los colectivos sujetos a más presión en estos tiempos: las personas en búsqueda activa de empleo y las empresas con imperiosa necesidad de transformar su modelo productivo, y quizá también su cultura.
Nuestro tiempo es oro y debemos respetarlo. Por tanto, es importante que destinemos algunas horas al día o a la semana para decidir cuál es nuestra “dieta” de información y de formación.
La inversión en nuestro talento laboral.
Para el individuo, las fuentes de información y posibilidades de aprendizaje son muy numerosas, casi infinitas, pero el tiempo no lo es. La selección, hábito, rutina de lectura y posterior aprendizaje se ha de convertir en una actividad programada, razonable, constante y deliberada. El balance de exposición a elementos digitales y de dedicación a otras facetas vitales (producción, socialización, familia, ejercicio, alimentación, descanso) ha de equilibrarse. Nuestro tiempo es oro y debemos respetarlo. Por tanto, es importante que destinemos algunas horas al día o a la semana para decidir cuál es nuestra “dieta” de información y de formación. ¿No es esta alimentación intelectual tan importante como la física?
Es un hecho que se está produciendo un viraje desde el perfilado del talento más tradicional basado en cualificaciones académicas hasta uno más actual y práctico basado en capacidades y habilidades.
Necesitamos una disciplinada planificación de nuestra inversión, dejar de lado la lectura esporádica y desorganizada con el objetivo de buscar las mejores vías para estar al tanto de nuestros temas de interés y, desde luego, enfocarnos en el aprendizaje de las capacidades que queremos adquirir para ser exitosos. No se me ocurre mejor forma de aumentar las posibilidades de éxito en nuestro camino hacia la activación laboral que esta profesionalización del aprendizaje.
Es un hecho que se está produciendo un viraje desde el perfilado del talento más tradicional basado en cualificaciones académicas hasta uno más actual y práctico basado en capacidades y habilidades. Nos permite ser ágiles y adaptarnos al contexto y las necesidades, y demuestra esa versatilidad tan demandada. Debemos reconocer que aun queda recorrido en entender y universalizar la forma de plasmar esas habilidades en nuestro perfil, pero seguro que avanzaremos en hacerlo posible con celeridad.
El reto para la empresa, diferenciarse.
En el ámbito de la empresa, el reto es incluso mayor, ya que a lo vasto de la información que se encuentra en la red, se añade el valor, no siempre bien aprovechado, de la información interna sobre procesos, personas, talento, etc. Además, si es que a lo anterior es posible añadir más complejidad, el acceso a aplicaciones, tecnología y servicios digitales es también universal y casi ilimitado. Para nuestra empresa y… para nuestra competencia.
Es el momento de que muchas compañías se planteen un cambio cultural relevante y no hay demérito en ello. Es en todo caso una muestra de valentía, de ambición, de inteligencia.
¿Cómo nos diferenciamos en este contexto? Pues de muchas maneras, podríamos hacer una larga lista o casi un coleccionable por fascículos, pero vamos a simplificar. Nos diferenciamos con nuestra cultura y con nuestras personas. La mejor definición de cultura que he encontrado es, probablemente, la más sencilla. La cultura de una compañía es la manera en que hacemos las cosas cada día. La manera. El cómo. Muy pocas compañías reconocen que deben cambiar su cultura. Sin embargo la gran mayoría sí afirmará sin dudar que necesitan cambiar la forma de hacer las cosas. No deja de ser paradójico, al menos atendiendo a la definición simplificada de cultura. Es el momento de que muchas compañías se planteen un cambio cultural relevante y no hay demérito en ello. Es en todo caso una muestra de valentía, de ambición, de inteligencia. Y en ese necesario cambio cultural, que también nos abre numerosas y apasionantes conversaciones, el cultivo de la diversidad merece un capítulo especial y prioritario.
Diversidad, palabra muy usada y casi diría que manoseada, pero no siempre conjugada en toda su amplitud y potencial. La diversidad ha de ser el factor diferencial que nos haga competitivos en ese entorno tan democratizado en medios, recursos y tecnologías. La diversidad generacional, cultural, de género, de experiencias y conocimientos, de estilos y de capacidades es el edén de la gestión y desarrollo de talento.
Una estrategia bien definida y aterrizada en este sentido no surge de la noche a la mañana ni depende en exclusiva de nuestros admirados profesionales de recursos humanos. Es más, no es sencillo generalizar ni buscar recetas universales, ya que la última milla de ejecución dependerá sobremanera de los mimbres históricos, culturales y personales que formen la organización. Podemos, eso sí, encontrar denominadores comunes indispensables en el camino a la excelencia a través de la diversidad:
- Encontrando un entorno de liderazgo ejecutivo que crea en el poder de la diversidad más allá – mucho más allá – de cuotas, comunicación y estética. Líderes que hayan aprendido en experiencia directa que un equipo diverso es más productivo, eficaz y enriquecedor que lo contrario. El que no lo haya probado y vivido, difícilmente podrá entenderlo, valorarlo y potenciarlo.
- Tomando riesgos y asumiendo dificultades. Crecer duele. Es evidente que falta en nuestra sociedad y en nuestras empresas una apuesta decidida por dar cabida a esas diferentes capas de diversidad, sin simplificaciones o estereotipos. No tengo dudas de que las compañías del futuro, las que generarán mercado y crecimiento, las que atraerán talento y devoción serán aquellas que descifren mejor su receta de diversidad y afronten esta tarea con decisión, valentía y empatía con sus empleados. Encontremos pues líderes con capacidad de asumir riesgos y cuestionar el “status quo”.
- Aprendiendo de los mejores. También existe un freno cultural a replicar modelos de éxito y parece obsesiva la necesidad de “propiedad” de las ideas o programas. Lo que los anglosajones llaman “steal with pride” y que probablemente han sublimado en el continente asiático en entornos productivos y tecnológicos, esa capacidad de adoptar mejores prácticas como camino de éxito y como vía de aceleración de nuestro cambio cultural. Otra vez, una muestra de humildad que lo que realmente contiene es curiosidad e inteligencia.
Es un hecho que nuevos tiempos y realidades requieren valentía para descubrir y aprender nuevas formas de hacer las cosas, adaptación, aprovechamiento de las oportunidades, diversidad y metamorfosis, seas un individuo o una empresa. ¿Estamos dispuestos? ¿Estás dispuesto?
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