El mundo actual vive inmerso en una época de turbulencias, que provienen de distintos elementos que protagonizan la actualidad. No obstante, si algo define este momento es la bruma en la que futuro y presente se reflejan como una realidad que la ficción ya no es capaz de imitar.
Durante años, la ficción establecía la senda que marcaba el desarrollo de la humanidad, señalando los hitos que poblaban la imaginación humana y conformaban un relato común como especie. Todos tenemos en la cabeza películas como: 2001 Odisea en el espacio (1968), Blade Runner (1982), Juegos de Guerra (1983), o Minority Report (2002), entre otras. Sin embargo, se ha alcanzado un momento en el que la complejidad es tal que, por primera vez en años, resulta complicado identificar ese relato común de futuro, como si la ficción ya no pudiese imitar una realidad que avanza a una gran velocidad. Una realidad en la que vivimos en una constante incertidumbre.
Esta incertidumbre, en palabras del científico de la complejidad Samuel Arbesman, asigna una fecha de caducidad a los hechos que aprendemos.
«Falta Plutón, ¿no?», le pregunté a mi hija mayor hace unos meses mientras hacía una maqueta del sistema solar para el cole. «Cierto…que ya no es un planeta» me recordé a mí misma. La realidad es que, a medida que la complejidad ha ido incrementándose, el conocimiento ha ido adquiriendo una mayor temporalidad, se ha convertido en algo efímero.
Esta realidad supone un cambio de paradigma fundamental no sólo en la visión cosmológica del mundo, sino, particularmente, desde el punto de vista de las propias organizaciones y compañías. En este sentido, el avance en la complejidad supone dejar de lado un estilo organizativo, de burocracia y de liderazgo que se definió tomando como elemento esencial el mundo mecánico definido a partir del año 1500.
Al igual que en el siglo XVI, hoy el mundo se encuentra en un período de transición, dejando atrás la era industrial y adentrándose en una nueva etapa en la que las coordenadas de lo antiguo empiezan a no ser válidas. Esta era, se encuentra sumergida en una enorme complejidad, por lo que cabe preguntarse, desde un punto de vista práctico, qué significa tal concepto. Una mirada al presente pone de manifiesto una serie de términos que dan forma a ese entorno complejo:
- Diversidad: un gran número de actores variados e interdependientes.
- Adaptación: capacidad de un sistema para modificarse, cambiar y aprender en función de experiencias pasadas e incluso presentes.
- Ecosistema: conjunto interconectado e interdependiente de actores.
Estos tres conceptos conforman el centro neurálgico del entorno complejo actual y es lo que hace imprescindible una nueva visión de las organizaciones que incorpore la diversidad, la capacidad de adaptarse, la interconexión, etc. como elementos de su propio ADN. Esta estructura supone profundos cambios respecto a cómo se organizan las empresas, a cómo se lleva a cabo el aprendizaje y a cómo la innovación tiene lugar en el seno de la compañía.
Este es, por tanto, uno de los grandes temas del presente y, sin duda, uno de los grandes desafíos que va a marcar el futuro. Construir un modelo de organización -del tamaño que sea- capaz de ser lo suficientemente flexible y resiliente para navegar a través de un escenario incierto e imprevisible y que requiere de nuevas aproximaciones a una realidad cada vez más compleja y variable.
Y estas son dos de las características -superadas las obvias- que garantizan la supervivencia de las startups. Esa flexibilidad y resiliencia, unida a la adaptación al cambio que ya explicara Darwin en el Origen de las especies: «Las especies que sobreviven no son las más fuertes ni las más inteligentes, sino aquellas que se adaptan mejor al cambio». Lo mismo sucede con una startup.
En un mundo, en palabras de Heráclito, en el que lo único seguro es el cambio perpetuo, tradicionalmente la formación ha sido la herramienta que prepara a las personas para el futuro. Pero no puede dejarse de lado que la formación, desde hace más de 300 años, ha basado su proceso en la transmisión lineal de conocimiento, ya sean hechos o competencias, de un maestro hacia sus estudiantes.
La educación y la formación deben dejar atrás los vicios del pasado y poner el foco en dotar a las personas de los medios necesarios para aprender a aprender. Los trabajos basados en procedimientos más rutinarios son los que poseen una mayor probabilidad de verse afectados por la automatización, una formación basada en competencias, en la capacidad de adaptarse y aprender a lo largo de toda la vida es la nueva realidad que requiere el nuevo entorno.
De esta forma, ante los desafíos de un mundo complejo, en muchas ocasiones, son necesarias soluciones complejas que requieren, a su vez, de individuos y organizaciones complejas. La educación y la formación deben dar respuesta a las necesidades de estas agrupaciones, prestando atención al veloz progreso tecnológico, y dar los primeros pasos en las sendas de anticipación ante el cambio constante.
Este escenario supone un desafío no sólo para las propias personas, sino para las organizaciones. Los nuevos modelos de formación deben ser capaces de dar respuesta a este nuevo escenario en el que la complejidad y el cambio son protagonistas fundamentales de un futuro cuya primera sílaba ya pertenece al pasado.
Y es aquí donde los centros públicos y privados, sobre todo aquellos que formamos en emprendimiento e innovación tenemos una responsabilidad con la sociedad.
Los centros debemos ser capaces de formar y enseñar a adaptarse a las personas y organizaciones que nos rodean, que se acercan a nosotros o a las que nos acercamos, ante la imposibilidad de prever lo que nos deparará el futuro -ni siquiera cercano- como consecuencia de la constante incertidumbre.
Es por ello que, desde La Nave, el Centro de Innovación Urbana del Ayuntamiento de Madrid, hemos trabajado desde su puesta en marcha en 2017, en el lanzamiento de grandes programas que tienen como objetivo último una formación que permita a los individuos y a las startups ser flexibles, resilientes, y saber adaptarse a los cambios.
Programas para todos los colectivos, y que comienzan en etapas muy tempranas. Desde los 8 años, trabajando tanto conocimientos técnicos como soft skills a través del juego en talleres 100% prácticos en Jugando a Innovar, campamentos que se repiten varias veces al año. A partir de los 12 años trabajando en proyectos en Emprendedores en el Cole. Y formando a los profesores mediante el programa Train the Teachers, para lograr amplificar el alcance llegando al mayor número de educadores posible.
Y continuando con el resto de programas, en función del nivel de madurez de los proyectos, como el online EmprendExprés, Escuela de Innovación, el Programa de Incubación, el Programa Internacional de Aceleración -que ya va por su IV edición con estupendos resultados-, el Programa Sprint, o el Programa de Escalado de Startups de Alto Potencial.
Mediante este acompañamiento casi vital -desde el punto de vista formativo- a modo de itinerario, trabajamos con las personas de forma autónoma o como miembros de una grupo u organización con vocación de contribuir a su lifelong learning.
Donde este lifelong learning se convierte, de esta forma, en una vía que nos permite dar respuesta a los desafíos de nuestro tiempo. Diferenciando como base la educación, que es para siempre, y enfocando nuestros esfuerzos en la formación, que nos lleva por un camino de aprendizaje permanente.Azucena Elbaile Mur. Licenciada en Derecho, y en Administración y Dirección de Empresas. Directora de La Nave – Ayto. de Madrid. Innovation Spaces & Acceleration Director en Barrabes.biz. Ha desarrollado su carrera en Innovación, Emprendimiento Transformación Digital, y en el eCommerce.