El talento como recurso renovable y llave de acceso a la felicidad

Por: <br><strong>Ana Paula Tamburini</strong>

Por:
Ana Paula Tamburini

Si el cuerpo humano es dentro de ciertos límites un «recurso renovable», ¿por qué no debería serlo también el talento?
Por: <br><strong>Ana Paula Tamburini</strong>

Por:
Ana Paula Tamburini

Empecemos con algo que aparentemente no tiene nada que ver con este asunto: ¿sabían que en el cuerpo humano, las células, más o menos generalizando, se renuevan con ciclos de entre 7 días y 10 años?

Esta extrema simplificación hace reflexionar sobre el hecho de que, cada cierto lapso de tiempo, somos personas nuevas. Entonces, si el cuerpo humano es dentro de ciertos límites un «recurso renovable», ¿por qué no debería serlo también el talento? Si no cambiamos lo que pensamos o aprendemos, todo en nuestro ser será nuevo, ¡pero nuestras capacidades y habilidades no! 

¿Por qué nos interesa esto? Porque es la justificación número uno para entender por qué es necesario que todos tengamos una mentalidad de aprendizaje continuo.

La mentalidad de aprendizaje continuo. Esa llave para la competitividad que braman las empresas, esa obligación que la fuerza de trabajo al completo siente como una habilidad más a desarrollar para no perder el empleo es, en realidad, un superpoder que tenemos permanentemente a nuestra disposición. Pero un poco como muchos superhéroes y superheroínas, no sabemos que la tenemos hasta que «hacemos de necesidad virtud».

Así pues, cuando estamos a riesgo de perder el empleo, lo acabamos de perder o vemos que se abre una oportunidad laboral o personal, la sacamos del cilindro y nos ponemos a aprender. 

Colocando esto en la realidad, el informe del 2020 del Foro Económico mundial sobre «el futuro del trabajo» estimaba que «para 2025, 85 millones de puestos de trabajo podrían ser desplazados, mientras que podrían surgir 97 millones de nuevas funciones más adaptadas a la nueva división del trabajo entre humanos máquinas y algoritmos».

La COVID-19 aceleró la transformación digital y la introducción de la tecnología en nuestras vidas para bien. Efectivamente, trabajamos, aportamos valor, aprendemos, nos mantenemos conectados y nos entretenemos usando la tecnología ya casi sin darnos cuenta.

La pandemia y la tecnología han forzado y permitido a la vez el desarrollo de nuevas habilidades, especialmente las enfocadas en las competencias digitales e interpersonales, para sostener la continuidad de la actividad económica, mantener nuestra competitividad en el mercado laboral y el alcance de los servicios. En un escenario como este, lo que va a marcar la diferencia, en paridad de recursos tecnológicos, será lo que seamos capaces de aprender.

Dicho en modo elegante: la conversión del talento en recurso renovable. Ya tenemos bastantes pruebas de que la nueva normalidad ha llegado para quedarse -por ejemplo, empresas que abrazan ambientes de trabajo híbridos e invitan a sus empleados a quedarse trabajando en remoto si su rol lo permite y sus necesidades personales lo justifican- y se ven muy claramente dos tendencias donde el aprendizaje es tremendamente relevante… la empleabilidad y la carrera o su transformación. Esta última tiene que ver con las necesidades de #upskill y de #reskill con que las empresas hacen frente a la competitividad y las personas a la empleabilidad.

Lo que muchas empresas y fuerza de trabajo aún tardan en asumir es que este es un superpoder del que debemos, en primer lugar, tomar conciencia y, en segundo lugar, cultivar como una habilidad, como un músculo: cuanto más elástico es, más fácil lo vuelve todo. Y para esto la responsabilidad es de cada uno de nosotros. Un poco como el cambio climático, que no es solo responsabilidad de los gobiernos o de las empresas. También es nuestra responsabilidad como consumidores, ¿verdad?

Y si hablamos de responsabilidad, también tenemos que hablar de liderazgo, porque se trata de ayudar e inspirar a quienes tienen este superpoder más durmiente que otros. Me encanta este juego de palabras: Leadership, Leader-Ship. Me recuerda que «estamos en el mismo barco».

Cuando digo «tomar conciencia», me refiero a que muchas veces no nos damos cuenta de que aprendemos «sin querer», en momentos diferentes, por razones diferentes y en modalidades diferentes. Todo depende del contexto, del asunto y del momento de la vida en que nos encontremos. Y si tomamos conciencia de que «estamos aprendiendo siempre» y aprendemos «nuestras maneras de aprender», podemos sacarle mayor provecho a las horas que podamos dedicarle a ese fin y para convertir lo aprendido en aplicación consciente.

Es justamente en base a ello que podemos organizar nuestro tiempo para hacer espacio y crear las condiciones más propicias para aprender y sacarle el máximo partido. Ya sea a nivel formal con cursos o materiales didácticos de todo tipo, que a nivel personal y experiencial a través de proyectos personales o de equipo, de colaboración, compartición o del apalancamiento de la inteligencia colectiva. 

Hoy más que nunca el aprendizaje social genera motivación, interés y resultados. El informe Workplace Learning Report 2021 de Linkedin Learning concluye que «El aprendizaje es más atractivo cuando se hace en equipo, porque aumenta el compromiso». El equipo pueden ser mis pares o mi jefa, mi equipo directo o el equipo con el que más me relaciono. Es con ellos que vivo momentos significativos y genero sentido de pertenencia. También señala que «los alumnos que utilizan funciones sociales como las preguntas y respuestas o los grupos de aprendizaje vieron -en el 2020- 30 veces más horas de contenido de aprendizaje que los que no lo hicieron».

En la era de la «infoxicación», la tecnología nos brinda una miríada de recursos a alcance de clic, y una vastedad de temas, fuentes, modalidades que a veces abruma. Por eso, otra de las habilidades que tenemos que desarrollar es la de autogestionarnos y focalizar. Focalizar a dónde queremos llegar y cuáles serán los pasos para alcanzar esa meta. Que puede ser simplemente quitarnos la ansiedad de manejar datos con una tabla dinámica de Excel, o convertirnos en expertas en ciencia de datos.

La otra mitad, la de crear el hábito de aprender, necesita práctica, como todo. Y la práctica, necesita espacio y constancia. Porque sin repetir ni aplicar, nos olvidamos de lo que vamos aprendiendo. Pero si no tenemos espacio para hacerlo, no podremos ni siquiera dedicarle unos minutos.

Si leyeron hasta aquí, seguramente se habrán dado cuenta de que, si bien las empresas pueden estar haciendo el esfuerzo de proveer material didáctico y formación multicanal, la mayor parte del «fardo a cargar» está en las personas. Las que tienen que aprender lo que sea que se hayan propuesto, independientemente del rol que tengan.

Está claro que el beneficio se lo lleva quien aprende. Pero lo pone al servicio en el ambiente de trabajo o la empresa. Y es aquí donde veo que aún las empresas deben asumir que, si no crean el espacio para estudiar, practicar, colaborar, discutir… los empleados por sí solos podrían no hacerlo. 

Recientemente, una persona que trabaja en un banco, me dijo:

—La empresa me ha dado estos cursos obligatorios para completar en este trimestre, y se supone que me los tengo que mirar entre un cliente y otro -cuando en realidad debería estar ejecutando lo que discutí con el cliente- o a la noche, en casa. Claro, con los niños, la comida por hacer, el cansancio, ¡¿te parece sensato?! Les dije que no, no es mi trabajo aprender fuera del trabajo-. 

Y la verdad que no, no me parece sensato. 

No me parece sensato que las empresas no generen espacios para el aprendizaje -que no son solo horas para hacer cursos, sino entender las necesidades de la persona, sus intereses, y entonces conectar y guiar con planes de aprendizaje y transformación; generando oportunidades para poner en práctica y transformar o transformarse, fomentando el aprendizaje activo y la motivación, reconociendo el esfuerzo y el tiempo dedicado, etc.-.

Tampoco me parece sensato que aún muchas personas no hayan entendido que será la capacidad de aprender la que las convierta en talento renovable para el mundo del trabajo.

De nuevo, estamos todos en el mismo barco y aún no nos damos cuenta, ¿no?

Lo bueno es que parece que este barco navega hacia aguas más tibias e invitantes: por un lado, unificando el lenguaje del aprendizaje y las habilidades adquiridas, para conectar oportunidades y talento, y por otro, la de generar no solo nuevas oportunidades de trabajo en lugar de las que van desapareciendo, sino también la de generar trabajos significativos y buenos para la sociedad, humanamente sostenibles y equitativos.

Porque, como dice el informe del Foro Económico Mundial: Mejora de las competencias para una prosperidad compartida 2021, «la mejora de las cualificaciones puede contribuir a reducir las desigualdades, ya que puede romper el ciclo que perpetúa el trabajo mal pagado, preparando a las personas para realizar buenos trabajos. Puede ampliar los horizontes de las personas a lo largo de su vida laboral, que es cada vez más larga. Puede dar a las personas las herramientas que necesitan para alcanzar su potencial. Además, cuando la mejora de las competencias se generalice, será la forma en que todo el mundo busque su próximo puesto de trabajo. De este modo, la mejora de las competencias puede convertirse simplemente en la forma en que las personas se preparan para participar plenamente en la sociedad».

Y para cerrar con la misma metáfora del cuerpo humano: si nos alimentamos bien, hacemos ejercicio, vamos al médico y nos hacemos análisis para monitorear que todo ande bien y facilitar esa transformación y renovación del cuerpo… está claro que para el talento es lo mismo. Como dice el WEF: hoy más que nunca cobra sentido trabajar a la par para expresar    globalmente nuestro sentido de propósito y encontrar soluciones compartidas que ayuden a crear una sociedad más sostenible, con personas más felices, realizadas y productivas. La tecnología necesaria existe. La mentalidad… también. Hay que ponerlas a colaborar y despertar ese superpoder, entrenarlo para que dé lo mejor de sí.
Podríamos comenzar con preguntarnos todas las noches: «¿Qué aprendí hoy?» en vez de «¿Qué no hice hoy?». Estoy segura de que nos iríamos a dormir más felices.