La historia de la movilidad es la historia de la propia humanidad. Las primeras sociedades eran itinerantes, pero a partir del Neolítico, con el desarrollo de la agricultura y la ganadería, se hacen sedentarias, formando los primeros poblados. Estas actividades permitieron generar excedentes que podían intercambiarse, primero mediante trueques y, posteriormente, con el desarrollo de la moneda, mediante el comercio. Para facilitar el transporte de bienes, comenzaron a construirse las primeras infraestructuras: calzadas, puentes y puertos. A mediados del siglo XV, se produce el bloqueo de las principales rutas comerciales entre Europa y Oriente, llevando a buscar nuevos itinerarios. Portugal y España lideraron esta nueva etapa de descubrimientos, que abrió la puerta al comercio globalizado.
Con la Revolución Industrial se revitaliza el comercio, tanto interior como exterior, acercando las mercancías a los centros de consumo: el ferrocarril permite un transporte más rápido de bienes, facilitando el éxodo masivo del campo a la ciudad. En Estados Unidos y Europa se desarrolla el transporte fluvial para el transporte de mercancías, construyendo canales navegables, y los grandes barcos de vapor sustituyen a los de vela, estableciendo rutas comerciales transatlánticas regulares y más seguras.
A finales del siglo XIX las ciudades han crecido de forma significativa y es necesario reformular la movilidad urbana, desarrollándose el metro y los primeros transportes colectivos.
Con el nuevo siglo irrumpe un nuevo actor de transporte personal, el automóvil, que obliga a una reconstrucción del espacio urbano, robando espacio público en las ciudades, e incrementando las emisiones contaminantes, el ruido y la congestión. A mediados del siglo XX se populariza el tráfico aéreo y el transporte marítimo con contenedores, que une continentes, y aparecen también los primeros trenes de alta velocidad.
A finales del siglo XX, la globalización, que trae asociada una expansión mundial del comercio, requiere de una red de transporte cada vez más amplia y basada en los combustibles fósiles, que dispara las emisiones de contaminantes y gases de efecto invernadero, causando el cambio climático. Esta globalización trae también una mejora de la calidad de vida de los ciudadanos de los países en vías de desarrollo, triplicando la población mundial en los últimos 70 años y alcanzando los 7.700 millones de habitantes en la actualidad. Esta población se concentra cada vez más en las ciudades, sometiéndolas a un mayor estrés por la disponibilidad de los recursos.
Ante esta perspectiva histórica, ¿cómo será la movilidad del futuro?
La solución de la movilidad se debe plantear de forma integrada y coordinada, centrada en estos pilares: movilidad sostenible, movilidad conectada, movilidad autónoma, movilidad compartida y digitalización.
La movilidad que viene será un nuevo servicio compartido, de pago por uso, inclusivo, flexible, seguro, descarbonizado e interconectado con la ciudad y sus habitantes.
Movilidad sostenible, donde se redistribuya el espacio público, fomentando la peatonalización, el uso de vehículos de micromovilidad activa (patinetes, bicicletas, etc.) para desplazamientos individuales a poca distancia y la electrificación del transporte. Este fomento del transporte activo y electrificado permitirá reducir las emisiones y el ruido, mejorando la calidad del aire en las ciudades.
Movilidad conectada, basada en una infraestructura de telecomunicaciones 5G e Internet de las Cosas, IoT, que permitirá al vehículo interaccionar con todos los elementos de su entorno, desde la infraestructura viaria (señales de circulación, semáforos, etc.) a otros usuarios que compartan con él la vía (vehículos, peatones, ciclistas, etc.), permitiendo aumentar la seguridad en la conducción, reduciendo la siniestralidad y mejorando la fluidez del tráfico. El conductor recibirá alertas de eventos que ocurran fuera de su campo de visión tales como accidentes, condiciones climáticas adversas, o la circulación próxima de ambulancias o bomberos, permitiéndole anticiparse y estar prevenido.
También permitirá reducir la congestión del tráfico, puesto que la infraestructura viaria conocerá, en tiempo real, el número de vehículos en circulación, su posición y velocidad, de forma que, en una primera etapa, se regulará la temporización de los semáforos, para hacer más fluido el tránsito y, en una segunda etapa, se integrará la movilidad autónoma, que permitirá a los vehículos circular sin conductor. En este caso, los sistemas de comunicación inalámbrica, junto con el despliegue de equipos de servidores distribuidos en el borde de la red, permitirán controlar miles de vehículos de forma autónoma, maximizando la fluidez en las calzadas, regulando la velocidad de cada uno de los vehículos de forma independiente, evitando paradas innecesarias, optimizando el tiempo de viaje y reduciendo el consumo al evitar parar en los cruces.
La movilidad autónoma permitirá un transporte inclusivo y accesible para todos los ciudadanos, expandiendo las ciudades, al permitir viajes pendulares más largos. Además, estimulará nuevos servicios y modelos de negocio, permitiendo al usuario realizar otras actividades complementarias durante sus desplazamientos (compra online, teletrabajo, visualización video en demanda, etc.).
Esta movilidad también se aplicará a la logística y entrega de mercancías, permitiendo que vehículos autónomos realicen el reparto de última milla fuera de las horas de mayor tráfico, y depositando los paquetes en taquillas automatizadas.
Finalmente, esta movilidad autónoma, conectada y sostenible, se hibridará con la movilidad compartida, reduciendo el número de vehículos privados en circulación, liberando a la ciudad de espacio para los peatones, disminuyendo la congestión y aprovechando mejor los recursos disponibles, ya que los vehículos compartidos tendrán un mayor factor de utilización. Además, la movilidad compartida transformará la forma de desplazarse por la ciudad, evitando poseer un vehículo privado (que lleva asociado un elevado gasto fijo en seguros, impuestos, mantenimiento, etc.), haciendo que los usuarios paguen únicamente por el tiempo de uso de servicio de movilidad.
La columna central de esta movilidad urbana será la digitalización, mediante el desarrollo de aplicaciones que permitan planificar las rutas de forma integral a través de sistemas multiplataforma que combinen micromovilidad, transporte público y vehículo compartido y autónomo, satisfaciendo la necesidad de desplazamiento de un punto a otro, pero respetando las distintas restricciones impuestas por el usuario. Así, éste seleccionará la ruta más rápida para ir de su casa al trabajo en la aplicación y el sistema planificará de forma óptima el recorrido, teniendo en cuenta el horario y ocupación del transporte público y reservando, en tiempo real, los vehículos de movilidad compartida que complementen su ruta hasta alcanzar su destino.
Como vemos, la movilidad que viene será un nuevo servicio compartido, de pago por uso, inclusivo, flexible, seguro, descarbonizado e interconectado con la ciudad y sus habitantes.