En un plazo de entre diez y veinte años, gracias a robots e IAs, se necesitará un 60% menos de médicos, ingenieros, programadores o arquitectos para desarrollar la misma carga de trabajo de hoy día.
La serie House es el mejor punto de partida para comprender la próxima ruptura que se producirá en el mercado laboral, dejando a grandes masas de población sin trabajo. El guión trata de un médico brillante y excéntrico que consigue diagnosticar casos imposibles a través de investigaciones propias de un Sherlock Holmes. Pero sus éxitos dependen tanto de él como del equipo de entre seis y ocho especialistas en que se apoya. Si House se rodase dentro de veinte años su guión ya no tendría ningún sentido. Porque lo lógico es que un doctor tan brillante como eligiera como equipo de apoyo… a una inteligencia artificial.
Este es un aspecto de la próxima disrupción laboral aún no suficientemente comprendido. Se habla de que desaparecerán profesiones, pero el verdadero reto radica en que muchos profesionales de alta cualificación ya no serán necesarios. En un plazo de entre diez y veinte años, gracias a robots e IAs, se necesitará un 60% menos de médicos, ingenieros, programadores o arquitectos para desarrollar la misma carga de trabajo de hoy día. El problema es que si el número de trabajadores en paro será mayor que el de empleados, como se espera que suceda, la crisis económica y fiscal está asegurada a nivel global. Es aquí donde la renta básica universal ha comenzado a verse como un paliativo, aplicable de forma temporal o continuada, en función del resultado sobre el mercado laboral y sobre la economía del país o región.
Programas en marcha similares a la RBU.
La pandemia ha acelerado esta aproximación a la RBU, que hasta 2020 se concretaba únicamente en programas de lucha contra la pobreza y como extensión de la asistencia social. Es el caso del Ingreso Mínimo Vital español, la Renta de Solidaridad Activa francesa o el programa de último recurso finlandés. También se han abordado de forma experimental programas de verdadera RBU, en los que la prestación se entregaba a un grupo seleccionado al azar, y no condicionado por su situación laboral o económica. El de Finlandia demostró que sus beneficiarios no tenían mayor éxito en la búsqueda de empleo que quienes no lo recibieron. Mientras que en California sucedió lo contrario, el porcentaje de parados que encontraba un empleo fijo pasó de un 28% antes del programa de ayuda al 42% después de un año de aplicación.
Pero sin duda será en Estados Unidos donde veremos por primera vez los efectos globales de una renta básica no condicionada. Joe Biden acaba de firmar la Covid bill relief, que ingresará de forma directa 14.600$ en las cuentas corrientes de familias con ingresos menores a 75.000 dólares brutos anuales. Su importe, 1.9 billones de dólares, es muy similar a los 1,8 billones de euros que la UE dedicará al programa NextGeneration, que en lugar de al ciudadano de forma directa ha otorgado sus fondos a los gobiernos.
De EEUU nos llegó también en 2020 una propuesta de RBU próxima a ese futuro dominado por los robots y la IA. El empresario y candidato demócrata Andrew Yang llevaba en su programa el Freedom Dividend, un pago de 12.000 dólares anuales a cada estadounidense como compensación por la pérdida de puestos de trabajo que ya nos ha acarreado la tecnología. Según Yang el perjuicio es aún mayor, pero esa es la cantidad que debe entregarse para no desincentivar la búsqueda de empleo.
¿Se puede pagar una RBU sin quebrar las haciendas públicas?
La mayor objeción a las rentas básicas es su coste, y de hecho los programas aludidos como el IMV se limitan a una mínima parte de la población para que también su impacto en los presupuestos de cada estado sea mínima. El nuevo gobernador de Alaska, donde existe una renta anual para cada habitante derivada de los beneficios de la explotación petrolífera y minera, prometió elevarla de los mil dólares anuales hasta los seis mil. Ahora está dispuesto a mantener su promesa, pero solo si recorta los fondos para educación e infraestructuras. Y es que la matemática no perdona.
Para un horizonte futuro donde la robotización nos sitúe en un desempleo masivo, los teóricos de la RBU defienden financiarla vía impuestos. Técnicamente la fiscalidad moderna podría aplicarlos tanto a robots como a IAs, de forma similar a como hace con los impuestos especiales a tabaco, alcohol, azúcar o actividades de industrias contaminantes. Todos ellos están basados en paliar externalidades, es decir, rebajar el perjuicio que algunas empresas causan a la sociedad y a otras empresas. Sin duda el cálculo podría hacerse de la misma forma, lo que provocará además que la máquinas resulten, debido a la carga fiscal, tan caras como un trabajador humano. Por la necesidad de desviar su productividad a esa persona a la que ha desempleado, en forma de renta básica.
No es una decisión que unos países puedan tomar y otros no, porque entonces las empresas de IAs y robots trasladarán sus sedes allí donde no se les cobre impuestos especiales. En ese sentido la pandemia también nos está enseñando que la economía globalizada necesita una fiscalidad global. El próximo junio, y a petición de EEUU, el G-20 acordará un mínimo del impuesto de sociedades para todos sus países. En lo que se prevé como un final de los paraísos fiscales y de las ventajas de multinacionales que deslocalizan sus sedes para tributar menos.
Acelerador laboral o aparcamiento para outsiders.
Partiendo de que una RBU es posible como paliativo de un súbito aumento del desempleo debido a la robotización, y que el dinero para abonarla pueda obtenerse vía impuestos, la pregunta es si mejorará la empleabilidad de quienes la perciban. La respuesta, si nos situamos en ese futuro robotizado a veinte años, es que no.
Solo se ha percibido mayor capacidad para encontrar empleo de beneficiarios de programas similares a las rentas básicas cuando sus perceptores se encontraban en paro y en situación de pobreza. En el caso californiano el éxito radicaba en quitar a las personas la preocupación constante de buscar alimento y comida, lo que les permitió centrarse en la capacitación y búsqueda. ¿Qué ocurrirá en ese hipotético futuro con el médico, ingeniero, arquitecto o programador? Idealmente los ingresos de su RBU le permitirían reciclarse, formarse durante un tiempo de inactividad laboral, y regresar al mercado de trabajo para un empleo diferente. El problema es que en ninguno de los escenarios de futuro robotizado se crea empleo para mayor masa de población. Una IA alojada en servidores de un ordenador cuántico puede precisar mantenimiento de sus infraestructuras y supervisión de su programa informático, pero no en cantidad suficiente como para ocupar a los cientos o miles de profesionales que dejará en la calle.
Es muy posible que varias generaciones quedan varadas en la RBU. Algo así como jubilados de baja renta, sin horizonte de mejora. Es un escenario desolador, y la alternativa es aún peor. Porque sin renta básica tendremos una economía donde las personas no pueden adquirir bienes o servicios a las empresas que los producen ni generan ingresos fiscales. Sin horizonte laboral o económico masivo nuestras sociedades, simplemente, no tienen futuro.