Motor de oportunidades o de desigualdad

Por: <br><strong>Izanami Martínez</strong>

Por:
Izanami Martínez

El tiempo que tardamos en llegar de un punto A a un punto B determina el acceso que tenemos a oportunidades educativas y laborales y tiene un impacto directo en nuestra salud física, mental y emocional.
Por: <br><strong>Izanami Martínez</strong>

Por:
Izanami Martínez

“Una ciudad avanzada no es en la que los pobres pueden moverse en coche, sino una en la que incluso los ricos utilizan el transporte público” Enrique Peñalosa, ex-Alcalde de Bogotá.

Las transformaciones exponenciales que posibilita la tecnología son apasionantes. Estamos a dos pasos de un mundo con coches que se conducen solos, un mundo con transportes que conectan ciudades en decenas de minutos y todo desde la sostenibilidad, la eficiencia y la comodidad más absoluta. ¡Qué suerte la nuestra!

Vamos a vivir una realidad en la que nuestras necesidades de movilidad se van a cubrir de nuevas y mejores maneras y que van a conectarnos, aún más, con los que nos rodean. Imagina cómo se van a multiplicar nuestras oportunidades. Imagina hasta dónde vamos a llegar cuando nuestra movilidad nos permita llegar lo más lejos posible, en el menor tiempo posible.

Vivimos ya cada día las oportunidades que abre una realidad hiperconectada, imagina ahora cómo se van a multiplicar cuando además de conectar ideas, conectemos espacios. E imagina qué impacto va a tener esta hiperconectividad en las personas que no tengan acceso a ella.

El tiempo que tardamos en llegar de un punto A a un punto B determina el acceso que tenemos a oportunidades educativas y laborales y tiene un impacto directo en nuestra salud física, mental y emocional.

La movilidad determina las oportunidades educativas, profesionales y sociales a las que tenemos acceso. Más allá del estatus, la movilidad expresa la desigualdad social y tiene el poder directo de deshacerla o de agravarla. La movilidad es una necesidad. Y también es un derecho.

Las personas que viven en barrios marginales a las afueras de las grandes ciudades realizan trayectos diarios de dos horas ida y dos horas vuelta para acudir a sus lugares de trabajo. Esas cuatro horas diarias no las pasan con sus hijos e hijas, no las usan para formarse, hacer ejercicio o fortalecer relaciones personales y profesionales. Esas cuatro horas tienen un impacto directo en su salud mental y física y en las oportunidades que pueden crear para su futuro y el de sus familias.

El tiempo que tardamos en llegar de un punto A a un punto B determina el acceso que tenemos a oportunidades educativas y laborales y tiene un impacto directo en nuestra salud física, mental y emocional.

Más allá de las horas de descanso, ejercicio, educación y socialización que nos puede robar la movilidad, si somos víctimas de la desigualdad social puede suponer y supone una amenaza a nuestra integridad física. En los países más estratificados el transporte público es tremendamente inseguro: los hurtos, los robos, los abusos sexuales y las agresiones físicas son probabilidades muy probables. En estos países, quien se lo puede permitir paga lo que sea necesario para moverse en transporte privado.

Y así, la movilidad se convierte en otro factor más que convierte la pobreza en algo estructural y hace que sea aún más difícil salir de ella.

Todas las personas tenemos derecho a una movilidad segura, eficiente y sostenible. Tenemos derecho a poder ir de un punto A a un punto B sin poner en peligro nuestra integridad física, dedicando el menor tiempo posible al desplazamiento y sin contribuir al deterioro contraproducente de nuestro planeta. Cuando estos derechos se cubren de forma desigual, la estratificación social se agrava y las oportunidades se polarizan.

¿Para quién vamos a diseñar la movilidad que viene? ¿Vamos a crear soluciones aspiracionales y elitistas que separen a unos pocos privilegiados del resto? ¿O vamos a crear respuestas efectivas e inclusivas que multipliquen las oportunidades de las personas que hasta ahora no lo han tenido fácil?

Decía Enrique Peñalosa que las ciudades avanzadas no son en las que los pobres pueden ir en coche, sino en las que incluso los ricos usan el transporte público.

Tenemos en nuestras manos la capacidad tecnológica de transformar la movilidad. Y tenemos el poder de decidir si la utilizamos para disminuir o para aumentar la desigualdad de oportunidades.