La cada vez mayor aceptación mundial de que es necesario frenar el cambio climático indica que hay razones para tener esperanzas. Después de décadas de inacción, el sector privado está comenzando a virar hacia un futuro más verde. Ford prometió esta semana que su flota de pasajeros será completamente eléctrica para fines de la década. El mes pasado, General Motors anunció que dejará de fabricar automóviles a gas y diésel para 2035, mientras que más de 400 empresas de industrias con grandes emisiones se han unido para avanzar hacia la aceleración de la transición a bajas emisiones de carbono.
Los gobiernos también están empezando finalmente a tomarse el cambio climático más en serio. En los Estados Unidos, la administración Biden se ha reincorporado al acuerdo climático de París y ha presentado un ambicioso plan para abordar el cambio climático. Corea del Sur y Japón se han comprometido a lograr la neutralidad de carbono para 2050, y China se comprometió a seguir su ejemplo para 2060. El Reino Unido, Nueva Zelanda y la Unión Europea han promulgado la meta de 2050, y Nueva Zelanda va un paso más allá al comprometerse a un sector público neutro en carbono para 2025.
Si bien estos importantes pasos hacia adelante deben ser aplaudidos, estas acciones por sí solas no serán suficientes para abordar todas las causas fundamentales del cambio climático.
Muchas instituciones están elaborando planes para una revolución industrial verde y hacia la sostenibilidad, pero estas estrategias no mencionan el cambio en la dieta. Una acción que según todos los estudios es la que más impacto tiene en revertir el cambio climático y que todos hacemos tres veces al día (si tenemos la suerte de tener garantizado el acceso a la comida).
Si los gobiernos realmente quieren tomarse en serio la lucha contra el cambio climático, deben adoptar un enfoque más holístico. Si bien el papel de las emisiones de combustibles fósiles en el calentamiento global se conoce desde hace mucho tiempo, ahora hay una conciencia cada vez mayor del impacto que el consumo excesivo de carne y productos lácteos tiene en nuestro planeta.
El meta-análisis más exhaustivo hasta le fecha sobre la relación entre la agricultura y el cambio climático (J. Poore & T. Nemecek, 2018) reveló que la agricultura animal utiliza el 83% de toda la tierra cultivable del planeta. Por si fuera poco el consumo de carne representa alrededor del 14,5% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación. El conjunto de las mayores empresas lácteas del mundo generan las mismas emisiones de gases de efecto invernadero que el Reino Unido. El consenso entre la comunidad científica es meridiano: centrarse únicamente en las emisiones de combustible y obviar el rol de los productos animales no será suficiente para cumplir con los objetivos climáticos descritos en el acuerdo de París. Por lo tanto, para mantener el calentamiento global por debajo de los 2 grados centígrados será imprescindible promover un cambio en nuestra alimentación.
La buena noticia es que la industria plant-based está en auge en todo el mundo. Se espera que el sector esté valorado en la asombrosa cifra de 74.200 millones de dólares para 2027. Cada vez más, los consumidores piden alternativas que sean respetuosas con el medio ambiente, y que también sean saludables y nutritivas. Incluso la industria de la carne está comenzando a subirse al carro de la carne vegetal –con varias conocidas empresas cárnicas desarrollando versiones 100% vegetales de sus productos.
Sin embargo, aunque el rápido crecimiento de la industria plant-based es ciertamente motivo de celebración, el fenómeno no está avanzando suficientemente deprisa como para frenar los efectos que la producción de carne tiene en el cambio climático. Teniendo en cuenta que la demanda de proteínas se está incrementando –se espera que llegue al 70% para 2050–, la única manera de poder alimentar de manera sostenible a una población en crecimiento es un cambio radical en el consumo de carne animal. En este escenario, los gobiernos deben trabajar conjuntamente con el sector privado para acelerar aún más en la transición a proteínas verdes. Esto implica legislar y trabajar en políticas que estén alineadas con la urgencia del problema.
Necesitamos soluciones valientes que impulsen el uso de tecnologías del siglo XXI para hacer frente a los retos de este siglo. No podemos seguir utilizando a los animales como máquinas productoras: está desconectado de los valores colectivos que compartimos como sociedad, además de ser la manera menos eficiente de alimentarnos.
El movimiento plant-based tampoco debería ser inmune al cambio. El consumo de recursos necesarios, aunque mucho menores, también pueden tener un impacto dañino en el medio ambiente. Así que también nos toca establecer pautas y objetivos de mejora constante que permitan que en poco tiempo miremos el sistema alimentario, y nos sintamos todos orgullosos de saber que estamos cuidando el planeta de la mejor forma posible para que lo puedan disfrutar las futuras generaciones.
La única forma de que logremos frenar el cambio climático es si tomamos medidas urgentes para abordar todas sus causas. Hacer las mismas cosas que nos han llevado a esta crisis climática no puede ser en ningún caso una opción. Lo que está en juego es muy grande, pero lo mejor de todo es que la solución está en nuestras manos.
¡Hagamos que pase! 🙂