Actualmente, se estima que un tercio de la producción mundial de alimentos se pierde o desperdicia y con ellos, todos los recursos empleados en producirlos: mano de obra, consumo de agua y energía, productos implicados en su elaboración… Estos costes son económicos para hogares y empresas y medioambientales y sociales para toda la población mundial.
El hecho de tirar alimentos supone, además de un problema moral, desaprovechar una oportunidad para mitigar el hambre existente en el mundo. Según el informe de “El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo” (FAO, 2019) casi mil millones de personas en el mundo carecen de seguridad alimentaria, es decir que no tienen acceso ni a los alimentos ni a su consumo nutricional. Esto no debería permitirse teniendo en cuenta la situación alarmante de hambruna mundial que, además, se ha visto incrementada a causa de la pandemia del Covid19.
Actualmente, se estima que 795 millones de personas sufren subalimentación y solo en España, más de 1,5% de la población sufre inseguridad alimentaria (FAO, 2019). Solo una cuarta parte de las pérdidas y el desperdicio de alimentos permitirían alimentar a 870 millones de personas.
La tecnología para facilitar el acceso a la alimentación y reducir el desperdicio de alimentos.
La ONU lanzó el Programa Mundial de Alimentos con un objetivo ambicioso: acabar con el hambre en 2030. Esta iniciativa ha impulsado la creación de soluciones tecnológicas que facilitan el acceso a la alimentación y ayudan a reducir el desperdicio de alimentos. Algunos ejemplos de ello serían: la tecnología de Insectos Estériles (República Dominicana), Inteligencia artificial que detecta plagas o enfermedades en los cultivos (Zambia), app móvil contra la langosta del desierto (Africa & Asia), sistema de pago a través del reconocimiento del iris de los refugiados para conseguir los alimentos (Jordania), frigoríficos alimentados por energía solar, cultivos hidropónicos (Sáhara)… entre otras.
Son muchas las empresas y startups que nacen con el objetivo firme de paliar estos problemas y ofrecer soluciones tecnológicas para todos los responsables de la cadena alimenticia (fabricantes, mayoristas, minoristas, comercios locales, asociaciones hasta entidades benéficas y consumidores) que ayuden a mitigar el hambre y evitar el desperdicio de alimentos. Un ejemplo de ello sería Phenix, una startup que nace con el propósito firme de replantearnos nuestra forma de consumir y producir alimentos y que propone soluciones tecnológicas para evitar el desperdicio de alimentos.
Phenix, la app anti-desperdicio
Phenix evita que el excedente alimentario de comercios, supermercados y grandes superficies, no se convierta en desperdicio. En las soluciones que han lanzado al mercado intervienen desde fabricantes, mayoristas, minoristas, comercios locales, asociaciones hasta entidades benéficas y consumidores. La app conecta a los establecimientos con excedente diario con los usuarios dispuestos a comprar ese excedente a un precio reducido.
Con Phenix el comercio recupera una parte del gasto, el usuario disfruta de comida deliciosa en perfecto estado a un precio menor, y juntos reducen las emisiones de C02.
Según la FAO, la huella de carbono generada por la producción de los alimentos desperdiciados alcanza las 3.300 millones de toneladas de CO2 que se liberan a la atmósfera cada año. Si una persona salvara 2 cestas por semana en una app móvil como Phenix, ahorraríamos casi 1 tonelada de C02. ¿Te imaginas multiplicarlo por los casi 8.000 millones de personas que habitan en el mundo?
La tecnología, el delivery y sus daños colaterales
Las nuevas tecnologías pueden incrementar el desperdicio. Un ejemplo es el servicio de comida a domicilio, con una tendencia a la alza desde que empezaron las restricciones por la pandemia de la Covid19. Un mercado que se amplió este año hasta 2,2 millones de nuevos clientes. Lo que para muchos de nosotros se ha visto como una solución puede convertirse en un problema si no se toma conciencia de su impacto.
Este nuevo hábito por parte de los consumidores ha hecho que aumenten los residuos de un solo uso. Los desechos generados por cada persona pueden llegar a ser numerosos: bolsas, recipientes de plástico, servilletas, tenedores y condimentos. Estos objetos en muchas ocasiones acaban en el cubo de la basura sin haber sido usados. Y, de la misma manera, los viajes de los transportistas.
Debemos empezar a tomar conciencia ante este nuevo hábito de los consumidores y priorizar las dinámicas de economía circular, para evitar la generación de residuos y apostar por alternativas sostenibles.
La sociedad necesita educación sobre sostenibilidad y medio ambiente, pero también que se legisle al respecto.
Hace unos años, las bolsas de plástico eran gratis y no nos dimos cuenta de lo perjudiciales que eran para el medio ambiente hasta que no tuvimos que pagar por ellas.
En nuestro país vecino, Francia, ya existen leyes que prohíben el desperdicio de alimentos y que obligan a los supermercados a donar lo que no se comercializa a ONGs o bancos de alimentos autorizados. ¿Será que la sociedad sólo toma conciencia de los problemas cuando se le penaliza o prohíbe explícitamente?
Es necesario que desde los poderes públicos se adopten medidas dirigidas a promover buenas prácticas a través de políticas destinadas a limitar las pérdidas, y la reducción de los excedentes alimentarios en la sociedad y en todos los agentes implicados en la cadena alimentaria. Pero también es clave destacar la importancia de la responsabilidad, tanto individual como empresarial, hacia un consumo más responsable y sostenible con el planeta.