Los robots y su contribución social.

Por: <br><strong>José Joaquín Flechoso</strong>

Por:
José Joaquín Flechoso

Es evidente que hasta la fecha se han venido incentivando los planes de automatización, pero poco a poco se va dejando de bonificar la implantación de robots.
Por: <br><strong>José Joaquín Flechoso</strong>

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José Joaquín Flechoso

Llegado el caso en que las máquinas desarrollen nuestro empleo ¿seríamos felices sin trabajar, incluso teniendo cubiertas nuestras necesidades con una renta básica universal? Esta sería una muy buena pregunta para evaluar dónde ubicamos nuestra zona de confort.

La robotización es un gran aliado de la humanidad, pues su entrada plantea la posibilidad de eliminar cientos de miles de errores humanos que cuestan vidas. Solo el coche autónomo en su pleno desarrollo podría evitar más de un millón de muertos anuales por accidentes de tráfico. El simple hecho de pararnos a pensar en este dato es de importancia capital para no demonizar la automatización. Pero el debate hay que promoverlo, pues al día de la fecha nadie ha descendido a analizar si estamos ante un problema, o en el umbral de una solución. Aunque yo, personalmente, estoy en esta última opción.

Pero para que todo tenga base de aplicación, previamente se debería definir qué es un robot. Una resolución del Parlamento Europeo de 16 de febrero de 2017 trasladaba un conjunto de recomendaciones a la Comisión Europea sobre normas de derecho civil relativas a robótica. En un párrafo sobre posibles soluciones jurídicas, se hacía referencia a la “personalidad electrónica” referida a un robot dotado de inteligencia artificial.

Ashley Morgan, del estudio Osborne Clarke, decía: “Si yo creo un robot, y ese robot crea algo que podría ser patentado, ¿debo poseer yo esa patente o debería ser del robot?”. Más de dos centenares de expertos de 14 países europeos dirigieron una carta abierta al entonces presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker y al resto de dirigentes de la Unión Europea con responsabilidad en esta materia, para manifestar su rechazo de la “personalidad electrónica” que la directiva sobre robótica e inteligencia artificial pretende otorgar.

Pero al margen de esta necesidad sobre la definición, la progresiva entrada de la robotización va a hacer replantearse la política fiscal, puesto que los gobiernos necesitan más recursos para financiar sus programas de bienestar social. Es evidente que hasta la fecha se han venido incentivando los planes de automatización, pero poco a poco se va dejando de bonificar la implantación de robots. Este es el caso de Corea del Sur, que, como consecuencia de la revisión de su ley tributaria, el gobierno del presidente Moon Jae-in, anunció reducir los beneficios de las deducciones que se aplicaban a las empresas por la incorporación de esta tecnología. Hablar de impuestos siempre es delicado, pero es evidente que hay que replantear muchos supuestos económicos, que pasan por aplicar formas imaginativas en materia impositiva.

Con la digitalización, estamos ante un nuevo mercado de trabajo y sobre todo, ante un nuevo modelo de relaciones laborales donde humanos, robots y algoritmos van a trabajar con un reparto de funciones donde las jerarquías cada vez van a ser más atípicas y reclamarán un nuevo marco de entendimiento laboral. No olvidemos que la “biblia” de los derechos laborales es el Estatuto de los Trabajadores que data de 1980, cuando ni siquiera existía Internet y mucho menos las más importantes Big Tech. Por tanto, es urgente ponerse al día conforme a los designios de la economía digital.

Tampoco debemos olvidar que, aunque existiese pleno empleo, el sostenimiento del sistema público de pensiones debe disponer de nuevos recursos. El documento aprobado en noviembre del pasado año en el seno de la Comisión Parlamentaria del Pacto de Toledo donde se replanteó el futuro de las pensiones, en su Recomendación 20 añade una reflexión: “Si la revolución tecnológica implica un incremento de la productividad, pero no necesariamente un aumento del empleo, el reto pasa por encontrar mecanismos innovadores que complementen la financiación de la Seguridad Social, más allá de las cotizaciones sociales”. Un punto de partida interesante para el asunto que nos toca, pero ahora toca poner negro sobre blanco y abordar los retos inherentes a este imprescindible e inaplazable debate.

Desde 2018 la asociación Colectivo Cibercotizante, un think tank sobre digitalización y empleo, viene trabajando en esta y otras materias para centrar el debate plasmando sus reflexiones en el libro “El empleo en la era digital. Cómo cambiará nuestro trabajo tras el COVID-19”, donde se plantean hasta diez distintos escenarios (no alternativas) para ver la posible forma en la que los robots coticen. Uno de los escenarios hace mención a una de las teorías expuestas por el premio Nobel de Economía 2006 Edmund Phelps que propone aplicar un “impuesto moderado”, del mismo modo que ya están instaurados el de la renta o el de sociedades, pero hay muchos otros que habrá que poner en cifras para saber su viabilidad.

En cualquier caso y al margen de premisas económicas y para no perder el tren de la digitalización, se deben aplicar simultáneamente políticas formativas de primera magnitud para ayudar a los desempleados a disponer de alternativas laborales de aquellas ocupaciones que van a desaparecer como consecuencia de su sustitución por robots. Debemos pensar que además del perro como gran amigo del hombre, el robot se perfila de la misma manera, pero exento de emociones…