Si bien los homínidos bípedos tenemos gran facilidad para predecir la evolución de nuestra sociedad, se nos da mucho mejor pergeñar narraciones para supuestamente explicar por qué nuestra predicción no se ha cumplido. En cualquier caso, nuestro ADN nos sigue impulsando a predecir de manera tan innata como a respirar. Y en este planeta que alberga un millón de tubos de escape por cada oso panda, es casi obligado especular con nuestra bola de cristal sobre qué sendero nos puede conducir hacia una movilidad sostenible.
El futuro de nuestra movilidad en el planeta dependerá de muchos factores que actualmente están difuminados por la incertidumbre. Por un lado, nos enfrentamos a incógnitas tecnológicas como las siguientes: la relevancia de las futuras fuentes de generación de energía (p.e., la fusión nuclear); la eficiencia de nuevas tecnologías para su almacenamiento (p.e., las pilas de combustible); el grado de versatilidad con que controlaremos los vehículos autónomos, y el alcance de la interconectividad y el procesamiento masivo de datos para la gestión integral de una movilidad compartida. Por otro lado, cualquier logro tecnológico estará condicionado por factores sociales difícilmente ponderables como, por ejemplo, los intereses por desarrollar o no las infraestructuras necesarias para la generación y el suministro de energía, nuestra predisposición a compartir recursos y modificar nuestro sentido de la propiedad de un vehículo, o simplemente las restricciones de fuerza mayor debidas al cambio climático. Sin olvidar cualquier cisne negro que puede asomar su largo cuello por la esquina en forma de pandemia o catástrofe natural.
Las ganancias de Tesla han sido unas diez veces superiores a las generadas por las ventas de sus coches eléctricos, mientras que las emisiones de CO2 asociadas al Bitcoin son unas diez veces superiores a lo que emitirían todos los coches vendidos por Tesla si fueran de gasolina.
A la vista de un horizonte tan borroso, ¿hacia dónde debemos enfocar nuestro catalejo para guiar nuestra barca como ciudadanos comprometidos? El primer puerto en nuestro viaje es de aprovisionamiento: debemos recabar información fiable y completa. Y no resulta fácil encontrar tierra firme cuando nos lanzamos a navegar en esta sociedad inundada de datos carentes de fiabilidad. Con frecuencia pisamos falsos terrenos de información que se mueven según sopla el viento interesado de los emisores, y no con menos frecuencia somos víctimas de espejismos causados por nuestros propios sesgos cognitivos como receptores. Al final, vemos lo que quieren y queremos (o creemos) ver, y esa visión determina el rumbo de nuestra barca. Sirva como botón de muestra un dato de tremenda y perenne actualidad, que nunca es portada en los medios: desde que comenzó la pandemia, hace aproximadamente un año, el número total de fallecimientos por COVID-19 en el planeta es inferior al número de niños (sí, solamente niños) que han muerto de hambre durante el mismo periodo.
El puzzle que forman nuestros retazos de información será el mapa donde vislumbrar los retos que debemos abordar. Y esa siguiente etapa de nuestra singladura requiere tener conocimientos específicos, no solamente para filtrar y procesar esa información recabada, sino para detectar y evaluar los problemas que nos acechan (y, tal vez, para augurar cómo podrían ser resueltos). Sirva como ejemplo a debate la reciente noticia sobre las cuantiosas ganancias de Tesla en su apuesta por el Bitcoin. Paradójicamente, dichas ganancias han sido unas diez veces superiores a las generadas por las ventas de sus coches eléctricos, mientras que las emisiones de CO2 asociadas al Bitcoin son unas diez veces superiores a lo que emitirían todos los coches vendidos por Tesla si fueran de gasolina. ¿Suponen estos hechos un problema para el futuro de la movilidad sostenible?
Debemos educar no solamente para que nuestros jóvenes sepan evaluar el ciclo de vida de un vehículo eléctrico, sino también para que colaboren hacia la conquista de territorios solidarios, teniendo como referente global los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), impulsados por Naciones Unidas.
Finalmente, para llegar a buen puerto, sanos y salvos, además del mencionado conocimiento se precisa algo más importante: una gota de sabiduría para priorizar adecuadamente los retos que hemos vislumbrado. Resulta obvio que no sirve de nada pescar con destreza y almacenar codiciosamente la redada si nuestra barca hace aguas. Pero las prioridades pueden no resultar tan obvias cuando la que hace aguas es la barca del vecino. Esa gota de sabiduría para elegir los retos adecuados solamente puede ser destilada desde la ética.
Aunque la ética nace de nuestra libertad personal, su despliegue como marco de convivencia se materializa en la colaboración y la solidaridad, y dicho despliegue solamente puede garantizarse educando a nuestras futuras generaciones. Debemos educar no solamente para que nuestros jóvenes sepan evaluar el ciclo de vida de un vehículo eléctrico, sino también para que colaboren hacia la conquista de territorios solidarios, teniendo como referente global los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), impulsados por Naciones Unidas.
Históricamente comprometida con los retos de nuestra sociedad, la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) lleva años alineando su esfuerzo docente e investigador con los ODS. El Centro de Innovación en Tecnología para el Desarrollo Humano (ITD), el Instituto de Energía Solar, la Cátedra Cabify de Tecnologías Inteligentes y de Ciencia de Datos para la Movilidad Sostenible y la comunidad de Transición hacia una Universidad Libre de Emisiones (TULE), son algunos de los canales a través de los cuales la UPM colabora con otros agentes públicos y privados, hacia la consecución de objetivos concretos como la neutralidad climática en la ciudad de Madrid antes de 2030.
Si bien los homínidos bípedos acarreamos serias limitaciones para comprender la realidad extremadamente compleja que nos rodea, por fortuna hemos heredado una enorme capacidad de adaptación y aprendizaje. No podemos tirar por la borda nuestros escasos aparejos y debemos aprender a utilizarlos con destreza para navegar exitosamente a través de la niebla. Tenemos la obligación de aprender y la de enseñar, confiando en que una educación íntegra será el faro que nos guíe en la toma de decisiones hacia una solidaridad sostenible.