Entre la roca y el superhombre

Por: <br><strong>Antonio Ordóñez Forero</strong>

Por:
Antonio Ordóñez Forero

La inteligencia artificial nos ofrece una oportunidad para reflexionar, para mirarnos en el espejo de nuestras creaciones y considerar lo que reflejan de nosotros.
Por: <br><strong>Antonio Ordóñez Forero</strong>

Por:
Antonio Ordóñez Forero

Admitámoslo, la inteligencia artificial es ya una revolución. Una revolución que nos presenta retos éticos, una madeja enredada que no podemos ignorar.

Pero más allá de los debates sobre una hipotética Singularidad Tecnológica, de los sesgos que afectan a la toma decisiones o de futuros distópicos donde las “máquinas” nos someten —con claros intereses por aquellos que los propugnan—, el debate sobre ética debería mirar más allá en el tiempo.

Somos el animal que hace. Siempre hemos estado unidos a nuestras herramientas. Una roca es solo una roca, hasta que la agarramos y la convertimos en un martillo. Y al hacerlo, nos convertimos en algo más, algo más grande. Nos extendemos a través de nuestras herramientas, y ellas se extienden en nosotros.

Esa roca, en las manos de un simio ancestral, fue la chispa de la revolución cognitiva que nos separaría de las bestias. Desde esa piedra hasta la rueda, desde la rueda hasta la máquina de vapor, desde la máquina de vapor hasta el teléfono inteligente que reposa en tu bolsillo. Ahora nos encontramos al borde de otro gran salto; no solo impulsado por la inteligencia artificial, sino por otros avances recientes en biotecnología, neurociencia, nanotecnología, computación cuántica, robótica, colonización espacial, etc, que constituyen las piezas que lo harán posible.

La inteligencia artificial, en su esencia, no es diferente a esa roca en la mano del simio. Es una herramienta, una prolongación de nosotros. Nos permite pensar más rápido, pensar más grande, pensar más profundo. Pero, como todas las herramientas, lleva las cicatrices de quienes la crearon. Aquí es donde la ética entra.

Si vamos a dar este salto — uno que elegimos, no el que se nos impone por la evolución natural— no podemos permitirnos arrastrar los errores y sesgos del pasado. No podemos permitirnos construir una inteligencia artificial que refleje lo peor de nosotros mismos. Tenemos que esforzarnos por construir una inteligencia artificial que encarne lo mejor: nuestra capacidad para la empatía, nuestra capacidad para la justicia, nuestra capacidad para el amor. Una inteligencia artificial que integre nuestras victorias: derechos humanos, derechos civiles, sostenibilidad, educación, democracia…. Tenemos que dar este salto con los ojos abiertos, con el corazón abierto, con la mano extendida.

Nietzsche habló del superhombre, del hombre que ha superado al hombre. Y, en cierto sentido, eso es lo que estamos tratando de hacer. Estamos tratando de convertirnos en algo más, algo más grande. Pero el superhombre de Nietzsche no es un dios, no en el sentido antiguo. Es un ser que ha superado las limitaciones humanas, pero sigue siendo profundamente humano.

Así es como debemos ver nuestro próximo salto evolutivo. No como un intento de convertirnos en dioses, sino en mejores humanos. Necesitamos, ahora más que nunca, herramientas poderosas para enfrentar los desafíos de nuestra era; y la inteligencia artificial es una de las más potentes que jamás hemos creado. Pero utilicémoslas con sabiduría, con compasión, con respeto por la dignidad de todos los seres.

Es en esta conjunción de tecnología y ética, en esta bifurcación de posibilidades, donde debemos considerar nuestras decisiones con el máximo cuidado. Las elecciones que hagamos ahora no solo nos definirán como individuos, sino que moldearán el legado de nuestra especie.

La inteligencia artificial nos ofrece una oportunidad para reflexionar, para mirarnos en el espejo de nuestras creaciones y considerar lo que reflejan de nosotros. ¿Vemos avaricia, miedo y prejuicio, o vemos generosidad, valor y comprensión? Las sombras del pasado persisten, pero en nuestras manos reside el poder de disiparlas.

En la aspiración de convertirnos en dioses, hemos aprendido una lección crucial: no se trata de alcanzar omnipotencia, sino una mayor comprensión, una mayor empatía, una mayor humanidad. Las tecnologías nos ofrecen una oportunidad para esto, una oportunidad para redefinir lo que significa ser humano.

Al adentrarnos en este laberinto de desafíos éticos que la inteligencia artificial y otras tecnologías nos presentan, debemos buscar el hilo de Ariadna que nos guíe hacia un futuro justo, equitativo y sostenible. Tenemos el poder de moldear no sólo nuestro mundo, sino a nosotros mismos. Esto implica investigar y abordar proactivamente los desafíos éticos, promover la diversidad, la inclusión y el desarrollo de marcos legales y regulatorios que protejan nuestros derechos y valores. Sólo así podremos asegurar que nuestro próximo salto evolutivo sea un paso hacia un mundo mejor para todos. Sólo así podremos asegurarnos que hemos estado a la altura de la historia.