Hoy (quien dice hoy, estimado lector, dice ese momento en el que estoy redactando este artículo, no nos vamos a engañar) me ha pasado algo maravilloso. Estaba revisando el contenido de LinkedIn (juro que esto no es spam y que este artículo no está patrocinado por mi empleador) cuando me ha llegado un mensaje privado. Un mensaje firmado por una persona del sector turístico. Una persona del sector turístico que conocí hace casi 15 años y a quien hace más de un lustro que no veo. Yo era entonces un joven loco emprendedor (salvo en el primer adjetivo, la verdad es que no he cambiado tanto) que formaba parte de un maravilloso proyecto que seguramente se adelantó a su tiempo gracias a su inigualable equipo; y ella era (es) la máxima responsable de un destino turístico. Con los años, frente a nuestros interlocutores (que aspirábamos a que se convirtieran en clientes) pasamos de ser esos que hablaban de cosas que nadie entonces entendía (ni nosotros, tampoco nos engañemos en este punto) a ser “los primeros que nos hablasteis de esas cosas que ahora todos queremos hacer”, según nos fueron comentando más adelante. Y con los años, también, esa relación de cliente-proveedor generó un vínculo especial. Intangible.
Su mensaje (por bello) me ha sonrojado. Mucho. (Gracias). Me hablaba de ternura, de aprecio y de nostalgia. De ausencia. En resumen: de emociones. De lazos. De sentimientos.
Sin saberlo, claro, me ha dado el argumento para este artículo.
Llevo ya muchos años hablando a menudo de la importancia de las personas en mi vida. En lo personal y en lo profesional. De lo afortunado que soy de haberme podido rodear de gente tan especial. Y de lo afortunados que somos, en Turismo, de poder estar rodeados de tanta gente de este mismo calibre. Y de satisfacer a otras tantas.
No por manido este tema es menos relevante hoy. Más bien al contrario. Tras año y medio de sufrimiento, de aislamiento inevitable y de separación física, hemos vuelto a entender la relevancia exponencial de lo palpable, de lo real, de lo auténtico; de lo humano.
Y, amigos, el Turismo es eso. Lo ha sido siempre. Lo malo es que tardamos demasiado en darnos cuenta. El Turismo nunca fue de los Gobiernos. Ni de los destinos. El Turismo nunca fue de las marcas. Ni de los hoteles, ni de las aerolíneas, ni de los turoperadores. El Turismo fue, es y será de las personas. Y, sí, las personas son los turistas. Los viajeros. Pero las personas también son las gobernantes, los responsables de los destinos, los directores de los hoteles, las CEOs de las empresas, los camareros, los auxiliares de vuelo. Y tantas otras. El Turismo somos nosotros. Todos. Colectivamente y, sobre todo, como individuos. Y los individuos, ojo al dato, son una acumulación masiva de emociones. Dicen que somos tres cuartas partes de agua. Será verdad, claro. Pero poco se comenta que somos 100% animales emocionales.
Hace ya muchos años, en un fantástico evento turístico en Calpe, se me ocurrió poner en una diapositiva algo así como: “Para cada viajero, las vacaciones son su mejor momento del año”. Me parecía entonces y me parece hoy algo clave. En el Turismo, los productos que consumen los clientes son (aquí sí) de verdad experiencias. Son sus recuerdos más memorables. Los que siempre les acompañan. Son muchas las cosas que consumimos que se nos olvidan inmediatamente y, sin embargo, los productos o servicios turísticos que consumimos (desde la elección del propio destino en sí hasta el propio producto último palpable) nos acompañan para toda la vida porque forman un todo: un viaje. Un para siempre. Vender producto turístico es, por tanto, un privilegio.
Aquel mensaje resonó bastante. Y creo que es un gran momento para recordarlo porque nos encontramos justo saliendo de su némesis, del peor momento; y no sólo del año. El peor momento que hemos vivido las diferentes generaciones que convivimos en este preciso instante en este particular planeta.
¿Seremos capaces de ayudar a los individuos como nosotros a salir de su peor momento y permitirles vivir su mejor momento del año? ¿Seremos capaces de facilitar, permitir y transformar la industria para permitir a los profesionales del sector salir de su peor momento, vivir así su mejor momento y ayudar por tanto a los clientes a vivir su mejor momento?
Sí, parece un trabalenguas. Dice la RAE que trabalenguas es una “palabra o locución difícil de pronunciar, en especial cuando sirve de juego para hacer que alguien se equivoque”. El Turismo, a veces, también me lo parece. Evitemos equivocarnos esta vez. Resolvámoslo. Estamos a tiempo. Y hay talento. Potenciémoslo.