Hoy el cultivo de carne de laboratorio solo puede generar dos productos: el derivado del cultivo celular, que genera un tejido válido para producir hamburguesas y embutidos; y la carne cultivada, un tejido muscular muy parecido al filete de animal criado en granja. Científicamente posibles, técnicamente realizables, ninguna de ambas opciones son todavía económicamente viables. Y sin embargo las noticias sobre ellas se suceden sin pausa, presentándolas como algo que tendremos en los lineales en un futuro próximo. En especial este último par de años, cuando hemos asistido al nacimiento de la auténtica y verdadera carne de marketing.
La mayor campanada la dio Singapur, al autorizar la producción y venta en su país. Lee Kim, director de la agencia de alimentación, la presentaba a la prensa como un producto especialmente saludable por prescindir de antibióticos y hormonas en su producción. Son dos de los mayores problemas que nos genera la ganadería intensiva. Los antibióticos suministrados masivamente al ganado, sin las restricciones que se impone al usuario humano, acaban pasando al agua de los acuíferos, donde las bacterias tienen capacidad de estar en contacto con ellos y generar resistencias. Pediatras de todo el mundo han detectado el crecimiento de las mamas en varones, derivada del consumo excesivo de carne de pollo. Porque a estos animales se les suministra progesterona para que engorden más, y más rápidamente.
Pero lo atractivo de la presentación saludable poco tiene que ver con el motivo que ha impulsado la autorización en Singapur. Este país, por las características de su territorio, carece de espacio para la ganadería intensiva y depende casi exclusivamente de las importaciones para el suministro de carne a su población. El objetivo de sus autoridades es eliminar esa dependencia y conseguir incluso la “autarquía cárnica”. Además de autoabastecerse se beneficiaría de los desarrollos tecnológicos y beneficios económicos derivados que esta industria puede generar.
Los otros dos territorios con parecidas limitaciones, Japón e Israel, también están siendo pioneros en sus alianzas con empresas productoras de carne de laboratorio. La israelí Aleph Farms se ha aliado con Mitsubishi, apoyada por el gobierno japonés en beneficio de su fabricante, que puede proporcionar impresoras 3D capaces de generar piezas similares al clásico corte del animal de granja. El propio Benjamín Netanyahu se dejó grabar degustando un filete fabricado en las instalaciones de Aleph Farms, asegurando que por textura y sabor, él no notaba la diferencia. Es evidente que Israel se beneficiaría especialmente de este producto por ser un país desértico, y por sus conflictos con países vecinos, que limitan el número de mercados cercanos de los que puede importar.
Tampoco debemos perder de vista en esta carrera empresarial el inmenso esfuerzo económico que gobiernos de todo el mundo dedican a explotaciones ganaderas y agrícolas ineficientes. La UE es el mejor ejemplo, desde sus inicios apostó por regar de millones un entorno rural que, sin ese apoyo económico, apenas existiría actualmente. La ganadería no intensiva es especialmente deficitaria, y las macrogranjas suponen un enorme coste medioambiental. Los avances de Singapur, Israel y Japón pueden ser el preludio de un futuro que distinga entre economías capaces de abastecerse con carne fabricada y otras que al depender de la ganadería clásica sean más ineficientes.
A lo que hay que añadir el beneficio medioambiental y emocional de la carne fabricada. Los científicos estiman que el 14,5% de los gases de efecto invernadero son producidos por la ganadería, solo uno de los muchos perjuicios que genera. Está también el agua consumida, la contaminación de acuíferos, la necesaria agricultura extensiva para alimentarlos que fomenta la deforestación, y la transmisión de enfermedades a humanos, zoonosis como el reciente coronavirus. Sin descartar el cada vez mayor porcentaje de consumidores a los que repugna el sufrimiento animal y buscan alternativas en su alimentación diaria.
La carne de laboratorio es además muy eficiente. Con apenas tres milímetros de tejido tomado de una vaca viva, una biopsia, pueden producirse ochenta mil hamburguesas. Y en 3-4 semanas un biorreactor nos entrega la carne que tardaríamos dos años en obtener de una ternera recién parida.
Sería un cambio radical en nuestra alimentación, pero no una panacea. Desconocemos el impacto medioambiental del gasto energético de los biorreactores, y qué desechos generará el cultivo. No puede resolver tampoco los dos grandes retos del siglo XXI. El desperdicio de comida, cuyo mayor porcentaje se produce en hogares y restaurantes, tanto en países pobres como ricos. Y las hambrunas generadas por el cambio climático o en países menos desarrollados, sobre todo porque esta carne precisa ecosistemas empresariales con alto desarrollo tecnológico.
Además la gran pregunta es si, como anunciaron muchas startups, sería 2021 el año en que podríamos adquirirla en el mercado. Técnicamente sí. El restaurante 1880 de Singapur sirve “neofiletes” por unos asequibles 20 euros. The Chicken, en Israel, ofrece hamburguesas de pollo cultivado. Espléndidos ejemplos de un marketing bien realizado, que no ocultan la realidad de las empresas pioneras, las cuales necesitan todavía años de beneficio cero y rondas de inversión para ofrecer un producto equiparable al precio de mercado de la carne tradicional. Más el tiempo adicional de las agencias de seguridad alimentaria para que autoricen su venta. Necesitan dinero y aceptación, y eso se consigue con marketing.
Lo cual no está siendo ningún problema. La europea Mosa Meat ha completado el pasado mes de febrero su ronda de financiación por 85 millones de dólares. Esta fue la primera empresa que en 2013 presentó una hamburguesa cultivada. Atrayendo la atención de Bill Gates, que se ha convertido en un prescriptor de la carne fabricada como sistema de lucha contra el cambio climático. Y en uno de los inversores de Real Meat, startup de Memphis en la que también participa Richard Branson, de Virgin.
La española BioTech Foods también acaba de recibir 3,7 millones a través del consorcio Meat4All. Esta empresa vasca tiene por objetivo pasar de generar kilogramos a toneladas de tejido de cultivo celular, que las cárnicas Argal y Martínez Somalo, asociadas al proyecto, podrían distribuir en forma de hamburguesas y embutidos. Iñigo Charola, CEO de BioTech, también había apuntado al 2021 como el año de partida. Lo es, pero no de la llegada a los lineales, sino del paso que puede convertir los laboratorios en grandes productores.
Hará falta más dinero y más marketing, pero acabaremos teniéndola en las tiendas. Cumpliendo así la predicción que hizo un visionario en su artículo de 1931, asegurando que en un plazo de cincuenta años no tendríamos que criar un pollo sino cultivar sus partes por separado en un medio adecuado. Se llamaba Winston Churchill, era un genio del marketing, y acabó cantando victoria.
Contenido adicional
“Fifty years Hence”, artículo de Winston Churchill.