Desaparición del dinero en efectivo: la imposición de una elección innecesaria

Por: <br><strong>Bea Cerrolaza</strong>

Por:
Bea Cerrolaza

El éxito global del dinero en efectivo radica en dos de sus principales atributos: la simplicidad de un sistema comprensible para todos los usuarios implicados y la universalidad de éste.
Por: <br><strong>Bea Cerrolaza</strong>

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Bea Cerrolaza

Cualquiera de los billetes de curso de legal en circulación constituye en sí mismo una fascinante combinación de tecnologías únicas producidas a través de sofisticadas técnicas que con frecuencia rozan el límite del conocimiento. Y, sin embargo, estas pequeñas piezas de papel son cada vez más descalificadas en ciertos ambientes, donde por un malintencionado afán de innecesaria imposición o por simple falta de análisis crítico, ignoran el fundamental papel que han jugado, y aún hoy juegan, como base de nuestra sociedad. 

«En el hipotético caso de que el dinero en efectivo desapareciera de nuestra sociedad, no tardaríamos ni una década en reinventarlo».

Pero no todo es culpa de los lobistas enemigos del efectivo y de sus enormes presiones motivadas por los más que evidentes intereses económicos. La elitista y secreta Industria de la Impresión de Alta Seguridad tiene una gran responsabilidad en su futuro y en cómo la sociedad percibe el producto fruto de su actividad. Siendo uno de los pocos sectores que aún hoy en día sigue estando controlado a nivel mundial por un puñado de compañías y tecnologías europeas, resulta ser el principal responsable de la injusta mala reputación que tiene por su pasividad ante la guerra abierta declarada a este método de pago. Se trata de un mercado complejo y hermético en el que, el secretismo y la confidencialidad se imponen como cultura institucional mientras que la comunicación y la divulgación dirigidas al usuario final siguen siendo asignaturas pendientes. 

Por esta razón, el 90% de los europeos desconoce que los billetes de media y alta denominación incluyen una ventana transparente que debería ser motivo de orgullo, pues ha supuesto un hito tecnológico sin precedentes, convirtiendo nuestro dinero en unos de los más seguros y difíciles de falsificar del mundo. 

Tampoco sospechan la mayoría de los ciudadanos las complejas tecnologías que se emplean en la producción de un billete, o la puntera maquinaria que se usa tanto para su inspección y verificación automáticas como para su destrucción cuando agotan su vida útil. 

El éxito global del dinero en efectivo radica en dos de sus principales atributos: la simplicidad de un sistema comprensible para todos los usuarios implicados y la universalidad de éste. 

El concepto primigenio germinó relativamente pronto en Mesopotamia. En torno al 4.000 a.C. los Sumerios, cansados de medir, pesar y examinar cada artículo una y otra vez, fijaron cantidades concretas de metales como el oro o la plata para facilitar las transacciones. El siguiente gran avance se lo debemos a los chinos que inventaron el papel moneda. Si bien el primer billete documentado data de la Dinastía Tang (618-907 d.C.) en Europa no fue hasta casi 1.000 años después cuando se emitió el primer billete. Este acontecimiento tuvo lugar en Suiza en 1661 y supuso el origen de una industria fascinante y próspera rodeada de tecnología y artesanía a partes iguales. 

Resulta muy fácil imaginar el entusiasmo con el que los ciudadanos debieron acoger esta invención, sobre todo teniendo en cuenta que, hasta entonces, para realizar sus compras, debían cargar con placas de cobre “de bolsillo” que pesaban hasta 20 kg. La magia del dinero trajo progreso para la humanidad y dio lugar al mundo que hoy conocemos. Además, todas las virtudes que nos llevaron a abrazar este avance en la lenta transición que tuvo lugar desde el primitivo trueque hasta el libre comercio actual, siguen hoy en día vigentes. Así, el anonimato que proporciona, su universalidad, su disponibilidad y el acceso gratuito al dinero en efectivo resultan incuestionables.

La gratuidad del dinero es algo en lo que los más privilegiados no solemos reparar, y sin embargo se revela como una virtud clave para los más desprotegidos y vulnerables. Porque mientras los bancos nos cobran comisiones por las transferencias, por el mantenimiento de nuestras cuentas o por el uso de las tarjetas de crédito y débito, y al tiempo que caros dispositivos como los Smartphones son imprescindibles para utilizar nuevos métodos de pago, todos tenemos acceso gratis al dinero en efectivo. Son por lo tanto los Gobiernos y los Bancos Centrales quienes asumen el coste no sólo de la fabricación del dinero sino también de su gestión. 

Existen además otros factores importantes, que solemos olvidar en el mundo desarrollado, que harían inviable la desaparición del dinero en efectivo a corto y medio plazo, como el hecho de que más de un tercio de la población mundial adulta no disponga de cuenta corriente o que más del 10% de la población mundial sea analfabeta. 

Y es que no existe en la historia reciente ningún precedente de una campaña tan agresiva contra ningún producto o tecnología como la que está sufriendo el dinero en efectivo y aún menos camuflada, como es el caso, de ‘tendencia natural’. 

Sirva como ejemplo Londres, ciudad que hace ya casi una década se erigió en capital de lo que bautizaron como la ‘Cashless Society’. Mediante todo tipo de iniciativas públicas y privadas y a golpe de legislación trataron de acelerar la desaparición del efectivo proclamando que se trataba de una demanda de la sociedad. En 2014 se pusieron en marcha los autobuses sin efectivo, operación con la que MasterCard, proveedor de la tarjeta sin contacto Oyster empleada en el transporte público británico, facturó más de 9.400 millones de libras. Multitud de tiendas pop-up anunciaban que no se aceptaba efectivo y los comercios adheridos a la noble causa aplicaban todo tipo de descuentos para promocionar el uso de métodos de pago alternativos. Se celebraron jornadas como ‘El día sin efectivo’ apoyadas por el gobierno y patrocinadas por MasterCard, PayPal y demás agentes digitales. Autoridades y patrocinadores se felicitaban y anunciaban el fin del efectivo en el Reino Unido para 2018. Como contraste, en 2015 se sacaron de los cajeros automáticos en Londres 188.000 millones de libras, algo más de 3 millones de libras por segundo, superando en un 15% las cifras del año anterior. 

Por lo tanto, los verdaderos motivos tras la tan celebrada y anunciada «Sociedad sin Efectivo» son otros que nada tienen que ver con tendencias, con nuestras preferencias o con nuestro bienestar. La realidad es que los gobiernos y todos los demás agentes implicados en la causa, incluidos los bancos, verían eliminado el coste que tiene mantener el dinero en efectivo en circulación –producción, destrucción, cajeros, almacenamiento y transportes seguros…-; ganando de paso un control total sobre nuestra economía particular e incrementando su influencia a nivel macroeconómico. 

Todos nuestros movimientos, por insignificantes que nos parezcan, quedarían registrados para beneficio de operadores digitales y de gobiernos que ante una eventual crisis económica tendrían el control del acceso de la población a su dinero. 

Y es que resultan especialmente indignantes y paternalistas algunas de las medidas adoptadas por las administraciones alegando al hacerlo que es por nuestro bien. Pensemos en una persona de cierta edad que se lleva mal con las nuevas tecnologías y que de pronto se ve forzada a instalar una aplicación, tal vez disponiendo de mala cobertura, y a realizar toda una serie de complicados pasos para completar un registro con el único fin de pagar por estacionar su vehículo en un aparcamiento público. ¿De verdad le están facilitando la vida al privarle de la posibilidad de escoger el método de pago que prefiere?

Y como no podía ser de otra manera, también la crisis sanitaria por el COVID-19 ha servido a la causa en esta cruzada contra el efectivo. Porque mientras la mayoría de los estudios científicos rigurosos aseguran que si bien el contagio por contacto con superficies es altamente improbable, y este riesgo se reduce aún más con el intercambio de billetes y monedas, menos peligroso que tocar las teclas de un datáfono, en todos los comercios se promueve el uso de métodos alternativos de pago como parte de los protocolos anti-COVID. 

Aún así estamos de enhorabuena, pues por suerte para las principales víctimas de esta pandemia no se ha ido más allá, quedando el ‘no uso’ del efectivo en una recomendación encarecida y no en una imposición. Porque imaginemos por un momento a todas esas personas mayores que aisladas durante meses esperan asustadas sobrevivir a esta crisis global sin precedentes, que a duras penas se entienden con la tecnología y que en ocasiones por ese mismo motivo llevan mucho tiempo sin ver el rostro de sus seres queridos… e imaginemos además que a esas personas les prohíben usar dinero en efectivo para comprar sus alimentos. ¿Alguien se atrevería a decir que es por su bien?  

El ser humano es pésimo prediciendo el futuro a pesar de su fascinación y su empeño por intentarlo. Y creo que se nos da mal en general por dos motivos contrapuestos, o bien porque carecemos de los conocimientos y de la información necesarios para hacer una predicción rigurosa o por todo lo contrario, es decir, porque somos tan expertos en una pequeña parte que nos volvemos incapaces de ver el todo con la perspectiva necesaria. 

Y dicho esto, voy a caer en la tentación de hacer una predicción: «en el hipotético caso de que el dinero en efectivo desapareciera de nuestra sociedad, no tardaríamos ni una década en reinventarlo». Y es algo que ya está sucediendo, porque al tiempo que se demoniza al dinero convencional, asistimos sin inmutarnos a su resurrección en el mundo de las criptodivisas, desde donde claman por la necesidad de llegar al mundo offline con propuestas como ‘Tangem’: un Smart-banknote que te permite pagar con criptomonedas sin necesidad de conexión a internet ni dispositivos adicionales, como lo venimos haciendo con las divisas tradicionales. 

En este mismo sentido, uno de los principales argumentos esgrimidos en contra del efectivo es su papel en el mercado negro, y sin embargo es el anonimato de las criptodivisas -cualidad que proclaman como nueva pero que siempre ha acompañado al dinero en efectivo- lo que las ha convertido en las elegidas por el crimen organizado desbancando al dinero convencional, por su intrazabilidad y su mayor facilidad de almacenamiento y transporte. 

Después de todo lo dicho, no desearía que este artículo se interpretara como una defensa a ultranza del en efectivo en detrimento del resto de opciones. Es, eso sí, un alegato en pro del derecho a escoger de todos los ciudadanos. El efectivo no es la mejor alternativa, pero es una legítima y absolutamente vigente en la actualidad. Si el dinero en efectivo está abocado a su desaparición inevitablemente sucederá a través de un proceso lento y natural pero jamás debería ser una imposición.